


Y entonces, finalizado el ensamble, cada cual a su instrumento. La fuerza de la ejecución y los sonidos extremos marcaron la pauta de la primera parte del concierto. Albarrán, que se paseaba de un lado al otro del escenario, contrastando con sus colegas del bajo y la guitarra, que manejaban sus armas con la pasmosa sobriedad de un ejecutivo a la hora del almuerzo.Al fondo, detrás de la batería y los teclados, cuatro pantallas verticales caían a manera de rondador, de la más grande a la más pequeña.
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